Joakin Bello:"En el Valle de Elqui es donde mejor se escucha mi música"

Cumplimos con el ritual de sacarnos los zapatos para entrar al estudio y escenario del músico situado en el valle de Elqui. Hasta allí -hace algunos años- llegaban las aguas del embalse Puclaro, hoy con muy poca agua, pero Joakín Bello permanece en ese espacio y disfruta del silencio y la belleza del paraje.
Joakin Bello:“En el Valle de Elqui es donde mejor se escucha mi música”
Joakin Bello:“En el Valle de Elqui es donde mejor se escucha mi música”
martes 11 de agosto de 2015

En 2012 dijiste al periodista Alipio Vera que “El valle de Elqui es el lugar más inspirador de todos en los que he estado”. ¿Sigues sintiendo lo mismo?

“Sí, le dije eso a Alipio por los resultados, por cómo uno trabaja, lo que se compone en un lugar. Para mí lo principal es el silencio que hay acá”.

-Dijiste también que estás en búsqueda del silencio sinfónico cósmico. ¿Sientes que al permanecer aquí avanzas en ese camino, podrías explicarnos ese concepto?

“En eso avanzo día a día, pero es difícil verbalizarlo. El silencio creo que todos lo entendemos; en lo sinfónico es que hay una música completa, grande, pero en el silencio, como si empezase a sonar en una dimensión distinta. El lado cósmico se relaciona con esa dimensión distinta, no es sólo algo contingente, lo que vemos, sino que tiene relación con algo más sutil o más grande. A medida que uno va madurando, en edad y en evolución, esto se va produciendo en forma natural. Los niños están llenos de energía, y en el caso de un anciano tiene menos movimiento en la parte física, no así en lo espiritual”.

-Dalai Lama, Herbert Camara, Al Gore, son algunas figuras relevantes con las cuales has tenido contacto. Ellos transmiten un mensaje de paz, de entendimiento entre las naciones. ¿Cuál es tu papel en esa relación entre ellos y el público?

“Esto ocurrió en el Palacio Tiradentes, en Río de Janeiro, en 1992, durante la Cumbre de la Tierra, yo tocaba antes que ellos hablaran, unos cinco minutos, en una improvisación; fue lo que me pidió el Dalai Lama porque así se producía una atmósfera propicia para que su mensaje –y después el de otras personalidades- pudiera llegar en forma más directa a la gente. Y es lo que sucedió entonces, porque la música tiene la potestad maravillosa de ser un idioma sin conceptos, no hay palabras ni ideas pero la gente puede llorar o puede sentirse muy alegre. Gran parte de mi música tiene un efecto bastante balsámico, eso facilita para que la persona cuando va a recibir un discurso lo pueda interiorizar en forma más directa, sin pasarlo por el tamiz del intelecto y del juicio”.

EL ARTISTA

Yo creo que sí, creo que un artista debe caminar sobre el borde de una cornisa que apunta hacia lo que se ve y lo que no se ve, hacia lo que se escucha y lo que solo él escucha

-Una clave de tu música total es, en tus palabras, “Darle un espacio artístico a la naturaleza”. ¿La naturaleza de hoy –en este mundo tan tecnificado e impersonal- tiene ese espacio que tú reclamabas?

“Sí, lo tiene. A mí me tocó abrir ese espacio y es una de las cosas que me hace feliz al mirar retrospectivamente. Lo tiene hoy, sí, pero también en sentido negativo porque cuando algo tiene éxito comercial (cuántos discos se venden…) viene después una secuencia de imitación y se empieza a explotar ese nicho. Ahora la naturaleza como música se usa hasta para comerciales, no es lo que jamás hice. Con el disco “Detrás del arcoíris” de los años 80 –que tuvo mucho éxito en Estados Unidos- se abrió un camino maravilloso para mí, pero después empieza a ser apropiado por intereses comerciales y se degenera”.

-Tú confesaste que cuando surgió tu Música total te llamaban el loco de los pajaritos… ¿Para ser creativo hay que ser un poco loco? ¿Ser diferente o ir a contra corriente?

“Yo creo que sí, creo que un artista debe caminar sobre el borde de una cornisa que apunta hacia lo que se ve y lo que no se ve, hacia lo que se escucha y lo que solo él escucha. Creerse eso, trabajarlo y hacerlo audible a través de una música diferente, involucra ser un poco distinto a la gran mayoría”.

-Hace algunos años una revista te describió de la siguiente manera: “J. Bello recorre el mundo con su pregón antibélico... La paz está personificada y encarnada en este hombre cuya única meta es vagabundear por la Tierra sembrando algo de paz”. ¿Cómo sientes que te ha ido con esa siembra?

“Bien y mal. Bien porque siempre alguien recoge una semillita y vuelve a sembrarla. Me siento contento con lo que hice y sigo haciendo aquí sábado a sábado cuando tengo mis conciertos o cuando hago mis discos o con algunos alumnos; he sido consecuente con eso desde hace muchos años. Y mal porque no hay paz en el mundo, en este mismo momento hay varias guerras y muere mucha gente. Y el antónimo de la paz no es solo la guerra, sino la violencia en general, los asaltos, la injusticia. Hay una forma de violencia institucionalizada tremenda que es inherente al sistema capitalista. Mal porque a los gobiernos, a la gente y al sistema mismo no les interesa que exista la paz. La evolución no se da por temor, se da por convencimiento, por un amor de fondo, por un cambio interno en la persona. Este el cambio al que yo apunto, por eso estoy contento acá y alejado de todo lo demás. Es el camino por el que voy transitando y que transitamos muchos, es algo más cierto, es el camino en el que creo, que he seguido y seguiré durante toda mi vida”.

 

LOS PREMIOS

Yo no necesito ningún premio para estar seguro de lo que soy como músico

-En 1972 fuiste becado por el Ministerio de Cultura de la URSS, para realizar estudios en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. ¿Qué recuerdos tienes de esa experiencia? Aparte de tu formación musical, ¿influyó en otras dimensiones?

 

“Fue importantísimo, en lo musical fue lo más importante. Estuve en contacto con los más grandes maestros de la música que estaban vivos en ese momento en el mundo, (Dmitri) Shostakóvich, (Aram) Khachaturian –que fue mi maestro-, David Oïstrakh. En esos cinco años recibí lo que fui a buscar sin saberlo, como una bendición de todos estos maestros, adquirí un conocimiento que ellos transmitían y eso, saber de quién venía y cómo venía, me dio un espaldarazo, una seguridad muy grande. Nunca más después que salí de allá, a los 22 ó 23 años, necesité de una aprobación o de un aplauso, en esos cinco años tuve el conocimiento de la música académica europea que hasta hoy me sirve y el respaldo a nivel humano personal de estos grandes músicos. Al mismo tiempo yo sentí que no sabía nada de otras músicas y por eso comencé un recorrido por diversos países y culturas. También descubrí que no sabía nada de muchos aspectos importantes de la música como es la acústica y empecé a estudiar eso. Y a estudiar otras escalas, a mí siempre me gustó la música de los pueblos antiguos y otras formas como la de Oriente, en Pakistán, en la India y la estudié y para ello me sirvió mucho el mundo clásico. Tengo una gratitud muy grande a este país que ya no existe, la Unión Soviética, porque durante cinco años viví con una beca maravillosa que no me costó nada económicamente y me dieron todo. Jamás podría hablar mal de la URSS aunque políticamente me di cuenta de cosas con las que no estaba de acuerdo. La gente me dio muchísimo y experimenté en esos años (72 -77) que se podía vivir sin dinero porque era una sociedad donde no importaba. Fueron fundamentales en mi vida esos años allá”.

-Como concertista has presentado tu música en los cinco continentes, en escenarios muy diversos. ¿Hay alguna experiencia que te gustaría repetir?

“A un músico no lo hace más grande o más chico dónde ha tocado, que es lo que la gente pone a veces en sus currículos. Es al revés, los lugares son más o menos importantes según los artistas que allí toquen. El Teatro Municipal de Santiago, desde el momento que ahí actuó Yehudi Menuhin es un gran escenario. Yo estoy feliz tocando acá, sé cómo va a sonar y es donde mejor se escucha mi música porque tengo adaptado todo desde hace más de 10 años en que día a día he venido perfeccionando el sonido. Ahora si me dijeras ¿dónde quisieras tocar? Tengo un lugar y es la Sala Grande del Conservatorio de Moscú, me encantaría ir en algún momento y presentar una música distinta. Si hay un lugar donde iría a tocar es ahí”.

Escucha la música de Joaquín Bello

-Tú has recibido diversos premios por tu trabajo, como el Premio Chile por la Paz, Mención Música Santiago, en 1996, entre otros ¿El Premio Nacional de artes musicales podría parecer una aspiración lógica dada tu trayectoria?

“Yo he sido dos veces nominado al Premio Nacional de Música, pero es un premio que está en manos de la gente del Conservatorio y siempre se lo van dando entre ellos. El día que salga de ahí se les va de las manos. El pianista Roberto Bravo también ha sido postulado y él sabe que jamás se lo van a dar a él porque él no va a votar por alguna de esas personas del Conservatorio porque es gente que no tiene ninguna importancia real. Casi todos los premios tienen una connotación de ese tipo. Yo no necesito ningún premio para estar seguro de lo que soy como músico”.

-Para cerrar, quisiera saber si mantienes tus conciertos de días sábado. Y si pudieras hacer una invitación al público lector de El Día.

“A la gente de La Serena y de Coquimbo les puedo decir que en estos conciertos van a escuchar algo totalmente distinto a lo que ha sido su experiencia anterior. Son sonidos que no van a escuchar en ninguna otra parte. Antes de los conciertos le digo a la gente que se relaje, que no tengan susto de sentir a su ser interno, y al contrario de lo que dicen en los aviones, les digo que suelten sus cinturones porque entraremos en una zona espiritual sin límites. También les digo que no busquen música, sino que se entreguen al sonido, eso es suficiente para tener una experiencia espiritual importante, incluso a veces de tipo curativo. Es una instancia para tener una carga espiritual, de enriquecimiento, de autoconocimiento, por lo que puedan absorber a través de la música”