La fuerza de María Fernanda

En el 2012, cuando tenía 11 años, a María Fernanda Cabrera Díaz le diagnosticaron cáncer. Debió ser tratada en Santiago en donde vivió difíciles momentos. Hoy, ya en La Serena, todavía da la batalla y en el día del niño no pide regalos ya que según dice, ya lo recibió. > Sus padres cuentan la historia de dolor y esperanza luego de la enfermedad de su hija, fueron ellos quienes iniciaron la cruzada por contar con un centro oncológico en la región.
La fuerza de María Fernanda
La fuerza de María Fernanda
n la familia Cabrera Díaz todo gira en torno a ella. Cuando llegamos a su casa ubicada en una parcela en el sector de Bellavista, en La Serena, estaba sentada en la mesa del comedor, con un cuaderno al lado, claro indicio de que momentos antes había estado dibujando, o escribiendo tal vez, nunca lo supimos
María Fernanda está seria. Sus padres la invitan a saludarnos y lo hace con cierta timidez. Camina pausada hacia nosotros y regresa a su silla, allí, en medio del salón, para continuar con lo suyo, sus dibujos o su escritura. Lo que sea. 
Pese a sus cortos trece años, su vida no ha sido fácil. Era una niña totalmente sana hasta los once, pero el destino –si existe- dijo otra cosa cuando en septiembre del 2011 comenzó a presentar los primeros síntomas de su enfermedad. De la nada, la pequeña subió 18 kilos en un mes, lo que alertó a su madre, quien la llevó al médico y recibió un diagnóstico mucho menos preocupante que el real. Le dijeron que su hija podría estar presentando una resistencia a la insulina. Suficiente para quedarse tranquila. 
Inició un tratamiento contra una enfermedad que no tenía. Por lo mismo, los cambios en la menor continuaron. Ya no era la misma de antes y al interior de su familia notaron que su salud se deterioraba. Así lo recuerda Carolina Díaz, su madre, sentada, en la misma mesa del comedor junto a María Fernanda y Esteban Cabrera, el padre. “Aunque nosotros hicimos caso al primer diagnóstico, y compramos los remedios que nos indicaron para seguir el tratamiento, no notamos ninguna mejoría. Es más, yo veía que estaba peor. Su ánimo cambió, definitivamente”, relata Carolina, sin dejar de mirar a su hija, sentada frente a ella, mientras dibuja, o tal vez escribe.
MÁS DIAGNÓSTICOS
Fue luego del año nuevo del 2012 cuando vino otra crisis. El primero de enero María Fernanda comenzó con vómitos explosivos, no paraban. En el SAPU de un servicio de urgencia de La Serena, por segunda vez, le dieron un errado diagnóstico. Esta vez, una supuesta gastritis era la causa de su mal. “Pasó lo mismo que la vez anterior, seguimos el tratamiento del médico, pero no hizo efecto, volvimos a ver al doctor y en esa oportunidad nos dijo que era un colon irritable. Ya en ese momento uno no sabe qué pensar. Nos fuimos a la casa inquietos, muy preocupados”, acota la madre de la pequeña.
En la familia siempre tuvieron la esperanza de que se tratara de algo pasajero. Claro, pensaban que si tantos médicos no habían detectado algo grave, no podía serlo demasiado. Sin embargo, hubo un hecho que los marcó. Un día cualquiera, Carolina encontró a su hija con una de sus manos sobre uno de sus ojos, tapándoselo mientras veía televisión. Le preguntó qué sucedía y su respuesta le impactó. “Si no me lo tapo, veo la tele doble”, le respondió María Fernanda. 
Luego de eso, los derivaron a un neurólogo, quien ordenó un scanner de urgencia. Pasaron cuatro días y los resultados fueron lapidarios. Al fin tuvieron la respuesta luego de dos meses. La niña tenía un tumor de cuatro centímetros en el cerebelo. “Al principio, el primer doctor fue súper suave al comunicárnoslo, pero el segundo que nos vio en Coquimbo fue muy duro, nos dijo textualmente que nuestra hija tenía que viajar a Santiago de urgencia, porque si no se iba a morir. Con esas palabras, fue crudo, pero era la realidad”, dice la Carolina, y guarda silencio. 
 
LA BATALLA
A partir de ese momento comenzó la batalla de María Fernanda.  Ante la falta de un centro oncológico para el tratamiento del cáncer en la Región de Coquimbo, debió trasladarse a Santiago junto a su madre. La pequeña tuvo que dejar de ver al resto de su familia, a sus amigos de la escuela, debió dejarlo todo y emprender el viaje para salvar su vida. Fueron ocho meses los que estuvo internada en un hospital de la Región Metropolitana. “Fue sumamente difícil, esto no se lo doy a nadie, porque si una como madre siente el dolor y siente que está dando la pelea, imagínate lo que puede ser para ella, que siendo sólo una niña le dicen que se puede morir, porque el doctor así se lo dijo. El sólo pensar en eso es algo que hace que te desesperes y a mí me pasó en ese momento”, cuenta la madre de María Fernanda. 
 
ALTOS Y BAJOS
Los ocho meses en Santiago tuvieron altos y bajos, y le cambiaron la vida a la familia. Carolina, en ese momento debió dejar sus estudios en la Universidad Pedro de Valdivia, los que nunca retomó y Esteban Cabrera, el padre, debió dejar de trabajar al ritmo acostumbrado, para poder estar algún tiempo junto a su hija mientras ella luchaba contra el cáncer. A él, lo que más le dolía era no poder estar siempre con ella en esos difíciles momentos y así lo confiesa mientras conversamos.
Había guardado silencio. Sin embargo, sus ojos brillantes y alguna marca de una lágrima que cayó por su mejilla, revelan que había estado escuchando atento el relato de su esposa. “Fueron los meses más duros que me ha tocado vivir y también los más duros que enfrentó la familia”, dice, en seco, y el silencio entre palabra y palabra parece sonoro. 
Pero Cabrera también rescata lo positivo. Recuerda cómo veía a su hija dar la batalla, lo valiente que fue y cómo le dio fuerzas al resto de la familia para salir adelante. “Era conmovedor verla. Yo viajaba todos los fines de semana, o casi todos, eso significó que postergáramos muchas cosas en el trabajo y hubo una merma económica importante, porque a los gastos que implica el tener que trasladarse, llevar a tu hija a vivir a Santiago, se suma el que bajan tus ingresos. Mira, si en el fondo es una tragedia para cualquier familia que le toque vivir eso, pero a mí me daba fuerza verla a ella, por eso no nos derrumbamos, aunque en un principio se nos había venido el mundo abajo”, relata el padre de María Fernanda, quien en el camino, además inició un cruzada para lograr concretar algo que cada vez estaría más cerca: La construcción de un centro oncológico en La Serena. “Cuando ella tuvo su enfermedad, nosotros tuvimos que vivir el drama que viven las familias de regiones, al no haber centros oncológicos para el tratamiento y empezamos a conocer a más personas que estaban en esta situación. Eso nos llevó a formar la agrupación de niños con cáncer para manifestar a las autoridades que este era un problema muy serio, que realmente podía destruir a una familia, y ahora, después de casi dos años de pelear por esto y donde también creemos que hubo autoridades que nos mintieron, parece ser que existe un compromiso más fuerte de todos los actores políticos y yo tengo fe en que lo vamos a lograr”, afirma Cabrera, mientras a su lado, su esposa Carolina asiente con la cabeza. 
 
UNA HEROÍNA
Cuando le dieron el alta luego de los ocho meses en Santiago, todo era diferente para María Fernanda. Perdió un año en el colegio y debió dejar de hacer cosas que a ella le gustaban, sin embargo, sabe que lo peor ya pasó. Aunque todavía está dando la batalla, tanto ella como sus padres sienten que han logrado salir adelante y ahora ven la luz donde antes veían oscuridad. 
Hoy estudia en el colegio intercultural de Altovalsol, donde cursa séptimo básico. Está próxima a cumplir los 14 años y aquello lo ve como un regalo. 
Sentada allí, en la mesa del comedor de su casa, ha dejado de dibujar, o escribir, lo que hacía cuando comenzamos a conversar con sus padres. Los observa, siempre callada, no interrumpe si no le preguntan. La mayor parte del tiempo se mantiene seria, sin embargo, no tiene  reparos en regalar una sonrisa cuando habla y cuando mira, siempre a los ojos, con la mirada fuerte de quien se ha enfrentado a la muerte y ha salido vencedor. 
Cuando no está estudiando, ocupa su tiempo en el arte. En este tiempo ha desarrollado talentos que no sabía que tenía, como la pintura, el trabajo con cerámicas y la confección de telares. “Me gusta hacerlo, me relaja”, dice, la pequeña heroína, mientras sus padres la miran con una emoción evidente. La pequeña se mantiene firme. 
Su madurez impresiona. Asegura que le gusta ir al colegio, pero su prioridad no sería lo académico. “No me interesan las notas, eso no es lo importante. Lo que me gusta es aprender, estar con mis compañeros y con los profesores”, agrega, y es imposible no seguir atentamente cada una de sus palabras. 
A la hora de hablar del futuro, sus palabras enseñan. Valora las cosas simples como nadie, cada momento. “No sé lo que voy a ser cuando crezca, yo no pienso en eso, prefiero vivir el día a día”, acota, y su sabiduría golpea. Esa sabiduría que tienen pocos, que tiene ella siendo aún una niña, la que hoy celebra su día y la pregunta aflora casi obvia. 
-¿Qué pediste de regalo, María Fernanda? 
“Nada, no pido regalos para mí. Ya tengo uno”, concluye.
 No preguntamos a qué regalo se refiere. Tal como lo fue la pregunta, la respuesta también es obvia: La vida.