A un año de haber sufrido agresión familia asegura que no se hizo justicia

Inés Casanga (60), Ricardo Rojas (56) y Richard Rojas (26), quienes el 6 de febrero del 2013 fueron atacados por un grupo de “plumilleros”, están decepcionados por “lo blando de la justicia” y relatan el drama que vivieron en los meses sucesivos al episodio
A un año de haber sufrido agresión familia asegura que no se hizo justicia
A un año de haber sufrido agresión familia asegura que no se hizo justicia
domingo 23 de febrero de 2014

Desencanto, pena, miedo, rabia. Todos estos adjetivos servirían para definir lo que hoy siente la familia Rojas Casanga, a poco más de un año de haber sufrido una brutal agresión por parte de un grupo de “plumilleros” en La Serena.

Y es que ni el matrimonio de Inés (60) y Ricardo (56), ni su hijo, Richard (26), han podido olvidar la noche del 6 de febrero del 2013, cuando aquel fatídico episodio condicionó para siempre sus maneras de ver la vida.

Eran casi las 23:00 horas cuando este grupo de coquimbanos vivió su momento más negro. Aquel miércoles regresaban desde la capital regional hasta la ciudad puerto, luego de realizar algunos trámites.

Todo iba normal. La radio encendida y adentro del móvil una conversación amena, familiar, hasta que llegaron al semáforo que para mala suerte de ellos justo en ese momento les dio la luz roja.

Estaban en la intersección de Ruta 5 Norte con Avenida Francisco de Aguirre, cuando tuvieron que detenerse. A metros de ellos, vieron a un grupo de jóvenes que limpiaba parabrisas, los que, según relatan, por alguna razón se acercaron decididamente a su vehículo, aun habiendo varios por delante.

Allí comenzó la pesadilla. Uno de los plumilleros, intempestivamente y sin preguntar, arrojó agua sobre el vidrio delantero de su furgón para limpiarlo, lo que al conductor, Ricardo Rojas, le molestó. “Lo que pasa es que fue algo muy invasivo, nosotros les hubiésemos dado monedas, sin ningún problema, de hecho acostumbramos a hacerlo, pero en ese momento yo le dije a él que por qué hacía eso, que no era necesario ya que yo había lavado el auto ese mismo día, entonces él me contestó que entonces me fuera así, con la espuma en el parabrisas, cosa que no podía hacer, porque no se veía nada (…) Ahí tuve que bajar yo mismo, para limpiar”, relata Ricardo.

Pero salir del vehículo habría sido el gran error. Y es que los plumilleros tomaron esto como una afrenta y sin mediar provocación atacaron a la familia. “Yo ni siquiera me di cuenta cuando todo empezó. De hecho estaba leyendo una revista cuando siento que me rompen el vidrio de la ventana. Ahí no supe qué hacer, vi que le estaban pegando a mi esposo, a mi hijo (Richard) y después a mí. Aparte del plumillero llegó el amigo de él, que era un malabarista y una mujer que les daba indicaciones, ‘mátalos, mátalos’, les decía ella. No me he podido olvidar de esa voz”, recuerda Inés Casanga, la mujer que iba en el automóvil y la más afectada físicamente durante el ataque.

La familia quedó con serias lesiones y si no fuese por la intervención de terceros “no sabemos qué hubiese pasado con nosotros”, dice Inés, con una voz temblorosa.

IMPOTENCIA. Pero la pesadilla no terminó ahí. Así lo relatan ellos mismos, quienes nos recibieron en su casa en la ciudad de Coquimbo para contarnos qué pasó con su caso luego de poco más de doce meses.

Cuando llegamos están los tres protagonistas. Madre, padre e hijo, esperándonos. Se sienten decepcionados. Resulta que después de lo que les tocó pasar, su vida no volvió a ser la misma. Es Inés, sentada en la mesa de su comedor, la que relata el calvario que vino después. “Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, presentamos la denuncia, contratamos a un abogado particular, pero la verdad es que las cosas no salieron como esperábamos (…) Creo que lamentablemente no se hizo justicia”, indica Inés.

Resulta que las cosas empezaron mal desde el principio, ya que producto de lo que la familia califica como “descoordinaciones”, nadie les informó en el minuto justo qué pasos debían seguir. “Lo que pasa es que nosotros pensábamos que habíamos constatado lesiones, porque cuando fuimos al hospital ese día era evidente, yo tenía un brazo que no podía mover y me pusieron yeso, mi hijo con tajos en la cabeza y a mi marido le pusieron puntos en el ojo, pero resulta que en el tema judicial hay procedimientos que uno no entiende y a nosotros nos llamaron como al mes después para que fuéramos a constatar lesiones y ya en ese minuto las lesiones que teníamos no eran las mismas”, cuenta la mujer.

Pero no se desanimaron y continuaron adelante con la demanda. Eso sí, creen que se equivocaron al elegir al abogado que los representó. Así lo consigna Inés. “Nos cobró una cantidad de dinero importante, nos dio una orientación para cuando nos presentáramos ante el juez, pero no hizo nada más, no cumplió y nos dejó solos, o sea, nos sentimos doblemente dañados”, cuenta, cabizbaja, mientras al lado de ella, su hijo Richard procura consolarla e irrumpe en la conversación. “La justicia no fue justa”, se desahoga el joven.

Y es que Richard Rojas Casanga se siente particularmente defraudado por el actuar de los tribunales de justicia. “Cuando a uno le pasan estas cosas se da cuenta de lo mal que estamos como sociedad. Nosotros que fuimos agredidos estuvimos más de ocho meses yendo y viniendo de tribunales, teniendo que encontrarnos con las personas que nos agredieron, que nos miraban amenazantes y lo que conseguimos no se condice con el daño que nos hicieron”, asevera.

Y claro, en septiembre del año pasado se dictó la sentencia que condenaba a los tres agresores a pagar un millón de pesos a la familia. Suma que debería ser cancelada por separado entre ellos, es decir algo más de trescientos mil pesos cada uno y en un plazo de un año. “Fue irrisorio, porque incluso el fiscal nos dijo que todavía no fuéramos a buscar el dinero porque era muy probable que no hubiese nada depositado ya que, por su condición, los plumilleros no tenían para pagar. Eso nos lo dijeron en octubre y hasta ahora nosotros no queremos ir, nos da pena e impotencia porque sabemos que si vamos puede que hayan treinta mil pesos depositados. Una burla”, asevera Inés Casanga, mientras su marido asiente con la cabeza. “Mire, entre lo que gastamos en los médicos -mi mujer es diabética y estuvieron a punto de matarla-, lo que llevó reparar el vehículo y lo que gastamos en el abogado, fueron como cuatro millones”, dice Ricardo.

Esto, sin considerar los daños psicológicos, los que, indican, aún no se han sanado por completo. “Después de lo que pasó yo estuve prácticamente tres meses sin salir de mi casa porque tenía miedo”, narra la señora Inés. “Lo que pasa es que es algo difícil de describir, porque esa vez estuvieron muy cerca de hacerme un daño peor, irreparable, me tiraron una piedra muy grande que iba directo a mi cabeza y si no hubiese puesto el brazo no estaría contando la historia, después de una cosa así, a uno le cuesta recuperarse y creo que todavía no me recupero. Trato de no ir a La Serena y sobre todo no pasar por ese semáforo”, agrega.

Lo mismo les sucede a Ricardo y a Richard, sobre todo al primero, quien padece de un trastorno bipolar y al que luego del episodio se le desencadenaron varias crisis en su enfermedad. “Yo ya estaba con tratamiento psiquiátrico, pero luego de lo que pasó en La Serena esto se me agudizó, tuve que tomar más remedios y tuve crisis delicadas”, indica.

SIGUEN AHÍ. “Lo que da mucha impotencia y duele es que a uno le ha tocado pasar por el lugar, y ha visto que están ahí, como si nada, las mismas personas que le hicieron un daño tan grande a la familia, siguen sin recibir una sanción efectiva, un escarmiento”, consigna Richard Casanga, enfático. Aquello es ratificado por su padre, quien asegura haberse topado con el mismo plumillero que lo agredió y haberlo visto en la misma actitud que desencadenó los hechos del 6 de febrero del año pasado. “Él no me vio, pero yo sí y se sigue instalando en La Serena y molestando a los conductores. Es prepotente. Les tira el agua en el vidrio, sin preguntar, se les sube encima del capot (…) Aquella vez, el municipio había dicho que los iba a empadronar o hacer algo con los que son de acá y quisieran trabajar, pero no se ha hecho nada de eso”, sostiene el padre de familia.

Mientras, Richard e Inés lo miran, asintiendo. “A nosotros ya nos pasó, lo que nosotros no queremos es que les pase a otros”, concluye la señora Inés, algo compungida, luego de haber recordado uno de los episodios más fuertes de su vida.

Un verano tranquilo

••• Contrariamente a lo que fue el 2013, durante la temporada estival en curso, los plumilleros habrían tenido un buen comportamiento. O, al menos, no han causado mayores inconvenientes. Así lo expresaron desde la municipalidad hace un par de días. “La verdad es que nos alegra porque el año pasado fueron varias veces las que sorprendimos a estas personas ingiriendo alcohol en la vía pública, acampando o incluso agrediendo a gente. Esta vez no ha sucedido”, manifestó Roberto Jacob al ser consultado a fines de enero.

Cronología

06 de febrero de 2013:
La familia Rojas Casanga es atacada por un grupo de plumilleros en la intersección de Avenida Francisco De Aguirre con Ruta 5.

09 de febrero de 2013:
El municipio de La Serena asegura que intensificará la fiscalización luego del incidente.

Septiembre de 2013:
Se sentencia a los agresores a pagar un millón de pesos a las víctimas.

Febrero de 2014:
La familia Rojas Casanga manifiesta su disconformidad con la sentencia y declara no haber recibido dinero.