Cuando el trabajo se vuelve una obsesión

De acuerdo a estudios, Chile es el segundo país dentro de la OCDE que más horas le dedica a trabajar. Claro está, aquello no tiene que ver con la productividad. Sin embargo, según indican los especialistas, podría estar gatillando que lentamente en el país haya mayor cantidad de “trabajólicos”, un problema que muchas veces afecta seriamente la vida familiar de las personas.
Cuando el trabajo se vuelve una obsesión
Cuando el trabajo se vuelve una obsesión
domingo 04 de mayo de 2014

Su nombre es Roberto. “Solamente Roberto”, señala, cauto. Y es que pese a que dice ya tener resuelto el problema que vivió hace dos años y que lo tuvo al borde de perder a su familia, el haber sido un trabajólico empedernido no lo hace sentir orgulloso y prefiere no revelar su nombre completo.“Fue un proceso complicado, supongo que basta con el testimonio”, enfatiza, a salvo, del otro lado del teléfono. 

Resulta que el profesional serenense hoy está consciente de que cometió “uno de los grandes errores que alguien puede cometer”. Y claro, llegó a pensar que en la vida no había absolutamente nada más importante que trabajar, trabajar y de nuevo trabajar.

Siempre fue exitoso. Cuando salió de la universidad no demoró prácticamente nada en encontrar un lugar en donde desempeñar su profesión y rápidamente comenzó a ascender en la empresa donde laboraba. “Hacía las cosas bien y eso era valorado por los jefes que tenía en ese tiempo. Además, que a uno, cuando es más joven, le gusta que lo reconozcan. Eso te hace sentir bien (…) Imagínate entonces cuando empecé a alcanzar logros laborales, la satisfacción que eso me producía era algo muy grande, era diferente a lo que sientes cuando consigues algo en el colegio o en tu enseñanza superior”, recuerda Roberto, quien ese momento sin imaginarlo, empezaba a convertirse en un trabajólico, tal como él mismo lo reconoce. “Ahí comenzó todo, creo yo, cuando recibí el primer ascenso. Tal vez no estaba preparado para el éxito”, acota. Y es que luego de llegar a un cargo importante y ver que a medida que más trabajaba, obtenía ganancias económicas, quiso más y más. Nada lo hacía sentir mejor que estar horas en su oficina y “olvidó” que tenía una esposa y una hija de un año y medio que necesitaban estar más tiempo con él. “El tema se me descontroló. Ahora que uno recuerda, me parece ridículo, pero en ese minuto uno no dimensiona lo que está haciendo. Yo llegué a trabajar 16, 18 horas al día, una locura, y claro, al principio lo haces por tener más, o por el ascenso, pero después ya lo haces por costumbre, se vuelve una adicción. Uno cambia sus hábitos, me empecé a levantar a las cuatro de la mañana después de haberme acostado como a las 12, no descansaba nada, pero no me importaba. Así me pasé varios años y lo que más me duele fue que mi familia se vio perjudicada”, relata Roberto con un tono reflexivo al tiempo que recuerda el instante preciso en que se dio cuenta del grave error que estaba cometiendo.

Fue un viernes muy tarde, cuando llegó a su casa luego de una de sus maratónicas jornadas “en el ambiente frío y enfermizo de la oficina”, y el silencio de aquella madrugada se multiplicó hasta más no poder. Subió hasta el segundo piso de su hogar, y la habitación que compartía con su mujer y su pequeña hija estaba vacía. Su esposa lo había abandonado y en ese momento se le vino el mundo abajo. “No lo podía creer, estaba tan obsesionado con la pega, que había dejado de lado todo lo demás”, añade este hombre quien, sin embargo, aclara que lo que hizo su esposa finalmente fue lo mejor que le pudo haber pasado. “Ahí reaccioné, busqué ayuda con un terapeuta. Comprendí que por trabajar tanto me estaba perdiendo la vida, me estaba perdiendo a mi familia.

Afortunadamente pude recuperarlos y con mi señora tratamos de recuperar el tiempo perdido. Sigo trabajando, trabajo harto, pero ahora lo hago en su justa medida”, concluye Roberto, probablemente mucho más pausado que hace unos años , cuando su vida transcurría a “mil por hora” y sin tiempo para vivirla.

El riesgo de perderlo todo

La semana pasada se conmemoró un nuevo día del trabajador, un día que perfectamente podría describir a Chile. Sí, aunque a muchos les cueste imaginarlo. Y es que de acuerdo a un estudio de la OCDE del año 2012 el país se ubica en el segundo en relación a las horas que trabajan sus habitantes (45 horas a la semana) siendo sólo superado por Corea del Sur. Y aunque, claro, pese a que estas cifras no se relacionan necesariamente con la productividad y la eficiencia laboral, según los especialistas sí generarían que un considerable número de personas pase demasiado tiempo en sus trabajos y algunas, en determinadas circunstancias, definitivamente se conviertan en trabajólicas, tal como le sucedió a Roberto. Así lo explica el psicólogo del instituto Diálogos Gustavo Yuri, quien es categórico. “En general, en Chile esta tendencia es bastante más frecuente de lo que se piensa, hay gente que tiene esta tendencia a trabajar más de la cuenta y de forma compulsiva o enfermiza. A mí me ha tocado recibir casos y hay que tratarlos porque si no, pueden terminar de mala manera”, precisa Yuri, de entrada.

Y claro, lo que le sucedió a Roberto sería una consecuencia frecuente en quienes viven esta situación, en las que generalmente las familias serían las que más afectadas. “Claramente, los trabajólicos empiezan a dejar de lado a la familia, a sus amigos. Se pierden completamente del ambiente social que tenían, si es que alguna vez lo tuvieron, y deciden perderse la oportunidad de relacionarse con los demás (…). Estas personas terminan aislándose, se resisten a las relaciones humanas y eso es muy peligroso porque de pronto pueden perder a sus cercanos alejándose de las cosas que lo nutren de verdad, íntimamente a un nivel más espiritual, porque el trabajo generalmente no nutre en ese sentido”, sostiene Yuri.

Y, según detalla el experto, la adicción al trabajo también podría ser la antesala de otro tipo de problemas de salud, tanto de índole psicológica como también física. “Evidentemente que si una persona pasa horas y horas frente a un computador, va a tener problemas en su visión, puede tener dificultades lumbares, problemas en su sistema digestivo, etc. Y evidentemente, también esta ansiedad propia del trabajólico puede redundar también en algo que afecte la mente, el estrés u otro inconveniente emocional”, afirma el especialista.

Pero no existe sólo un tipo de trabajólicos. Así lo expresa Yuri quien describe otro arquetipo, definido por las causas que generan la adicción al trabajo, una realidad diferente, por ejemplo a la de Roberto y que según el experto sería aún más habitual. “Hay que pensar que no todas las personas con adicción al trabajo caen en esto por un afán de ascender en los puestos o ganar más dinero. Sobre todo en Chile, se da la realidad de que muchos son trabajólicos por un tema de miedo. Suele pasar en grandes o medianas empresas que las exigencias que se les ponen a los trabajadores son muchas y también hay una suerte de amenaza implícita de que si una persona no trabaja, o si no trabaja más de lo que está establecido podría perder la pega. Esa es una realidad que no se puede desconocer tampoco si hablamos de este tema”, concluye Yuri.

Personalidades

Las consecuencias que puede traer el exceso de trabajo, estarían claras, pero, ¿a cualquiera le podría pasar?, ¿todos en algún minuto podrían llegar a ser trabajólicos? Para la especialista de la Universidad Católica del Norte, Marisol Urrutia no, al menos no al nivel que afectó a Roberto. “En algún momento todos pueden llegar a trabajar un poco más de la cuenta, pero no en todas las personas el tema se convierte en algo problemático, en algo patológico. En general se pueden distinguir algunas características previas en las personas que llegan padecer esto. La gente que tiene un carácter obsesivo, el que se puede ir formando ya desde la época de estudiante, desde niño, es más propensa a desarrollar este mal, de convertirse en trabajólicos y llegar a dedicar toda su jornada, todo su tiempo a desarrollar la actividad laboral, a veces por la simple obsesión de hacerlo y otras por la satisfacción que les proporciona el recibir una retribución por ese trabajo”, indica Urrutia, y en este punto enfatiza en que el problema también entraría en la categoría de adicción. “Alguien que trabaja al nivel de estar más de 15 horas diarias en una oficina, sin que le importe nada más y sin tener una real necesidad de hacerlo, está padeciendo una adicción que no es demasiado distinta al alcoholismo al tabaquismo”, agrega la especialista.

Al igual que Yuri, Marisol Urrutia advierte sobre lo que podría derivar del problema del excesivo trabajo y enfatiza en que se podrían generar otros problemas de índole emocional. “Es complejo, porque, claro, la persona que es trabajólica se va a sentir bien en tanto pueda cumplir las expectativas que tiene de sí mismo y que cree que los demás tienen de él, pero inevitablemente por el ritmo de vida que adquieren llegará el minuto en que no van a poder sostenerlo y ahí se le van a generar los cuadros de estrés o la depresión y, además, cuando se presentan, por el estilo de vida que han llevado al trabajar tanto, se encuentran muy solas, entonces el problema se acrecienta”, explica Urrutia.

Pero habría posibilidades de adelantarse al problema. Así lo indica Urrutia, quien cree que en este sentido, el rol de la familia es clave. Y es que para la profesional serían ellos los llamados advertir cuando la adicción al trabajo se vuelve incontrolable. “Evidentemente, si una mujer ve que el trabajo de su marido está influyendo en la relación, o al revés, que la labor profesional de una mujer esté influyendo en el ámbito familiar es un tema que debe conversarse y tratar de superarlo. Hay cosas que definitivamente no se deben hacer y son síntoma de que algo está ocurriendo. Por ejemplo, llevarse el trabajo a la casa es algo nefasto, cada persona debe cerrar el ciclo cada día, terminar de trabajar para estar con la familia y hacer otras cosas, hay que respetar los tiempos para todo”, precisa Urrutia.

Profesionales jóvenes y tecnología

Pese a que el académico de la Universidad Central José Monárdez, hace el alcance de que en Chile, en general, habría poca eficiencia debido a que la productividad no se relaciona con las cantidad de horas que las personas están en sus puestos laborales, reconoce que la adicción al trabajo es una realidad que está cada vez más presente en nuestra sociedad. “Es algo propio de las sociedades modernas que están en un proceso de desarrollo que entren en este tema de querer producir más y por ende que las personas quieran o necesiten producir más. En general el problema se presenta en profesionales jóvenes que ingresan al mundo laboral y caen en la vorágine de tener más rendimiento y lograr cosas en menor tiempo. Además, ellos suelen tener más de un trabajo”, afirma.

Monárdez también enfatiza en que hoy en día, “sería más sencillo” llegar a ser trabajólicos. Y claro, con las nuevas tecnologías ya ni siquiera se necesita ir al lugar de trabajo para estar conectado. “Los adelantos de la última década hacen que cada vez sea más propicio volverse un adicto al trabajo, suele pasar que una persona está en su casa y su teléfono inteligente suena recibiendo un correo de trabajo, puedes estar trabajando online, con tus hijos al lado un día domingo y es ahí cuando todo se disocia porque el límite entre lo que es trabajo y lo que es vida social o familiar no queda claro, todo se conecta y eso no es positivo, porque así nunca dejarás de trabajar”, concluye Monárdez, tratando de explicar en parte esta realidad que de pronto comienza a volverse frecuente en Chile, aquella que convierte a las personas en máquinas laborales y que, tal como cuenta Roberto en su testimonio, a veces puede poner en riesgo todo lo que se ha logrado, más allá del trabajo. 

Cuándo alertarse

Según los especialistas, es común que antes de caer en la adicción, las personas comiencen de a poco a llevar el trabajo hasta sus casas.

A menudo estas personas privilegian estar en el trabajo en desmedro de asistir a actividades familiares.

Los individuos comienzan a llegar cada vez más tarde a sus hogares y es común que sus conversaciones sólo tengan que ver con lo que hizo ese día en el trabajo o lo que hará al día siguiente.

En cuanto a los síntomas físicos, las personas suelen volverse más irritables, padecen trastornos de sueño, cansancio, dificultades para concentrarse y problemas de memoria.