Obama vuelve a la España que conoció como "mochilero"

Barack Obama tenía 26 años, el estómago medio vacío y muchas dudas sobre su identidad cuando visitó por primera vez la España que este domingo le recibió con honores y a la que quiere volver con más calma, sin la carga de la Presidencia... ni de la mochila.
lunes 11 de julio de 2016

Barack Obama tenía 26 años, el estómago medio vacío y muchas dudas sobre su identidad cuando visitó por primera vez la España que este domingo le recibió con honores y a la que quiere volver con más calma, sin la carga de la Presidencia... ni de la mochila.

"Ésta no es mi primera visita a España ni a Madrid. Pero confieso que la primera vez que vine a Madrid no fue en el (avión presidencial) 'Air Force One", dijo Obama antes de reunirse con el rey Felipe VI en el Palacio Real.

Era 1987 y Obama "llevaba una mochila", se "movía a pie la mayor parte del tiempo" y "comía lo más barato" que encontraba, recordó.

El joven Obama pasó por Madrid y Barcelona durante un recorrido por Europa justo antes de hacer un viaje de enorme importancia emocional para él: su visita a Kenia para conocer a la familia de su padre, que lo abandonó cuando él tenía dos años y al que sólo volvió a ver cuando tenía diez.

"Durante tres semanas viajé solo, bajando por un lado del continente (europeo) y subiendo por el otro, la mayor parte del tiempo en autobús y tren, con una guía de viaje en la mano", relató Obama en su libro de memorias "Dreams from my father" ("Sueños de mi padre"), una reflexión sobre sus orígenes que publicó en 1995.

"Me tomé el té al lado del Támesis y observé cómo los niños se perseguían entre los castaños de los Jardines de Luxemburgo. Crucé la Plaza Mayor (de Madrid) en pleno mediodía, con sus sombras de (el pintor italiano Giorgio) De Chirico y sus gorriones arremolinándose en un cielo azul cobalto", resumió Obama.

Su recuerdo más vívido de España es el de una noche en la que "esperaba un autobús nocturno en una taberna al lado de la carretera a medio camino entre Madrid y Barcelona".

"Unos pocos ancianos bebían vino en vasos pequeños y algo sucios. Había una mesa de billar en un lado, y por alguna razón yo había juntado las bolas y empezado a jugar", rememora Obama.

"Cuando estaba terminando, un hombre con un fino suéter de lana había aparecido de la nada y me preguntó si podía invitarme a un café. No hablaba inglés, y su español no era mucho mejor que el mío, pero tenía una sonrisa cautivadora y daba la impresión de ser alguien que necesitaba compañía", añade.

El hombre le contó que era de Senegal y estaba recorriendo España para trabajar como jornalero, con la esperanza de reunirse con su esposa de nuevo en su país "en cuanto ahorrara el dinero suficiente".

"Acabamos viajando juntos a Barcelona, sin hablar mucho ninguno de los dos, él volviéndose hacia mí cada rato para tratar de explicar las bromas del programa español que emitían en el televisor con vídeo colocado encima del asiento del conductor".

"Poco antes del amanecer, nos dejaron delante de una vieja estación de autobuses, y mi amigo me hizo gestos para que le siguiera hasta una palmera baja y gruesa", apunta.

El senegalés sacó entonces de su mochila "un cepillo de dientes, un peine y una botella de agua" que le entregó a Obama "ceremoniosamente", y ambos se lavaron antes de volver a ponerse las mochilas al hombro y dirigirse al centro de Barcelona.

El joven Obama vio algo de sí mismo en su compañero de viaje, aunque no se quedó con su nombre.

"Mientras andábamos hacia las Ramblas, sentí como si le conociera mejor que nadie, (sentí) que, viniendo de extremos opuestos del planeta, de algún modo estábamos haciendo el mismo viaje", apuntó.

"Cuando finalmente nos despedimos, me quedé en la calle durante mucho, mucho tiempo, mirando cómo su silueta esbelta y de piernas arqueadas se empequeñecía en la distancia mientras una parte de mí deseaba unirse a él en una vida de carreteras abiertas y de otras mañanas azules".

Pero Obama pronto se dio cuenta de que "ese deseo solo era un romance, una idea, tan parcial" como la imagen que tenía de su padre o la que se había formado de África sin conocerla aún.

"Finalmente me quedé con el hecho de que este hombre de Senegal me había traído café y ofrecido agua, que eso era real y que quizá eso era todo lo que cualquiera de nosotros podíamos esperar: un encuentro fortuito, una historia compartida, un acto pequeño de bondad", concluyó.

Obama buscaba su identidad en ese viaje, y pronto se dio cuenta de que su decisión de visitar Europa antes de viajar a Kenia había sido "un error", no porque el viejo continente no fuera "precioso", sino porque no era lo que necesitaba en ese momento.

"Empecé a sospechar que mi parada europea era solo una forma más de retrasar las cosas, un intento más de evitar enfrentarme al viejo hombre", explicó en referencia a su padre, que había muerto cinco años antes y cuyo abandono le había marcado profundamente.

El mandatario "nunca" imaginó que en su siguiente visita a España le recibiría el rey, según aseguró..

Tampoco había previsto una parada tan breve en un país que "les encanta" a su esposa Michelle y sus hijas Malia y Sasha, y confió en volver para una visita más larga después de dejar el poder en enero.

Quizá entonces pueda volver a recorrer la Plaza Mayor madrileña, visitar la Catedral sevillana que se quedó sin conocer y comparar sus conclusiones con la de aquel veinteañero que caminó reflexivo por la España de los ochenta.