Antonieta Molina Retamal: La mariposa que aprendió a volar

Ni el temor, ni las marcas del dolor detuvieron el crecimiento de esta mujer que volvió a nacer cuando descubrió que se podía ser feliz sin sentirse una propiedad más. Hoy lucha porque muchas otras mujeres salgan de la vorágine de la violencia.
Antonieta Molina Retamal: La mariposa que aprendió a volar
Antonieta Molina Retamal: La mariposa que aprendió a volar
sábado 08 de marzo de 2014

Como el despertar de una mariposa es la vida de Antonieta de los Ángeles Molina Retamal. Pese a que cuantitativamente ha sido más de agraz que de dulce, ha logrado darle la vuelta al destino, convirtiéndose en una férrea defensora de los derechos de las mujeres que, como ella, han sufrido violencia intrafamiliar (VIF).

Hoy en el Día Internacional de la Mujer, en que se conmemora a las 140 trabajadoras que perdieron la vida defendiendo sus derechos laborales durante un incendio en una fábrica textil de Nueva York, ‘Tonina’, como la conocen sus amigos, recuerda el renacer de su vida tras 32 años de violencia, en el entendido de que ésta no es sólo física, sino que también puede ser psicológica, económica y sexual.

Hace ocho años despertó a la vida, retomó su autoestima, se comenzó a instruir en el tema de VIF y actualmente es capaz de ayudar a otras mujeres a salir de esta difícil espiral; pero ya desde la vereda de enfrente, sin odios, ni dolor, sino como monitora del Centro Suyai, constituido en 2007 y que desde enero de 2014 se conformó como una red de mujeres.

La solitaria

Tonina es hija única, nació en Rancagua y se crió en un entorno militar, pues su padre pertenecía a las Fuerzas Armadas. Por lo mismo fue criada con mucha rigidez, lo que derivó en que, por ejemplo, sus padres fuesen muy estrictos con los permisos y las amistades, entre muchas otras actitudes.

El carácter autoritario de su madre se encargó de mantenerla alejada de los amigos y silos llegaba a tener eran los que su progenitora elegía, ya que era muy sobreprotegida. “Mi infancia no fue muy bonita en cuanto a niñez, a poder jugar con otros niños, fui muy sobreprotegida, siempre viví en una burbuja, con todas las comodidades posibles para mí”.

Y agregó que “ahora, que una es mayor se da cuenta de que necesitaba jugar a la escondida, a la pillada con los vecinos, pero no podía. Mis padres siempre quisieron lo mejor para mí, pero a veces no se dan cuenta de que lo mejor puede resultar ser lo peor. Puedo decir que no disfruté mi juventud”

En ese período, su refugio fueron las academias escolares, de folclore, ballet y danza española, las que su propia madre determinaba, y es de ahí que emerge lo que más los unió como familia en esos años, la cueca. De hecho, la danza tricolor la cultivó entre los 6 y los 13 años y le brindó el mejor recuerdo de su niñez, el haberse convertido en campeona nacional, al igual que sus padres lo fueron en el rango adulto.

Llegada a La Serena

En 1971 trasladaron a su padre a La Serena, al entonces Regimiento Arica Nº 21. En esa época la joven Tonina, de 15 años, continuó sus estudios en el Instituto Superior de Comercio en Coquimbo, en la carrera de Agente de Ventas y Publicidad, pese a que su madre la había instruido para que se inscribiera en Secretariado.

En ese tiempo, su madre nunca quiso que se relacionara con militares, pero con el tiempo cambió de idea y le permitió que saliera con militares, ya que una de sus tías había comenzado una relación con uno de ellos. Por ello buscaron a alguien para que la acompañara y salieron ambas parejas, aunque la relación de su tía no prosperó. Esa fue la primera vez que vio a quien fuese su marido por 32 años y que legalmente lo continúa siendo. “Fue un pololeo complicado porque no nos veíamos mucho, pero vi en ello una salida de mi casa con un hombre que era cinco años mayor”.

Para Tonina, este hombre representaba el pase de salida de su casa, el poder salir, viajar, caminar de la mano, ya que la vez que osó conversar con alguien en la calle, le llegaron los rumores a su madre y a su regreso la golpeó. Pese a que su padre era militar, jamás la tocó, la tarea recaía en su madre, quien era la que debía “estar atenta al cuidado de la niña”.

Los pololos que llegó a tener los conoció gracias al canto, ya que representó al instituto en varios puntos del país, lo que permitía que conociera a muchos jóvenes de su edad.

Me casé embarazada

Antonieta, a los pocos meses de pololeo, quedó embarazada, pese a que había terminado su relación, esto en pleno año 73. En ese período, tanto su pololo como su padre debieron trasladarse a Santiago por los complicados momentos que vivía el país, por lo que vivió ese embarazo en silencio. Un hijo en su vientre, del hombre que cambió su esquema. “Pasó él a manejarme, a decidir, pero lo que pienso ahora es que él nunca me tomó en serio, pese a que para él en ese momento era bueno salir con la hija de un sargento”.

A la vuelta de Santiago, ocurre un hecho decidor que marca el futuro de la joven pareja. El pololo la busca para preguntarle si está embarazada porque él había tenido síntomas, y decide llevarla al médico. “Si bien era una chiquilla de buenas notas, vi en él mi futuro, mi libertad, mi todo y estaba feliz de que se preocupara de mi embarazo”.

Ella contenta y esperanzada accede a ir al hospital de La Serena, la reciben dos mujeres que eran amigas de él. La hacen subir a la camilla, Tonina, inocentemente a sus 17 años, cree que es para revisarla pues ya tenía un mes y medio, le dice que se quede tranquila y le ponen una inyección. Al levantarse, el preocupado pololo la acompaña a la puerta del hospital y le dice “si no abortas, me buscas para ver otra posibilidad y si no nunca más te he visto y me deja sola en la puerta del hospital”. Ese fue el momento en que Tonina despertó y ese bebé en gestación hoy tiene 40 años.

Vivió un embarazo en silencio con mucho temor, pues la relación con su madre nunca fue de afecto y jamás se dio cuenta de su estado. A los siete meses viaja y su tía en Rancagua se da cuenta y la deja allí por un mes hasta que sus padres deciden aceptarla a los ocho meses, regresa a la casa siendo la deshonra de la familia. A su regreso la comienzan a alimentar bien, le preguntan quién es el padre de ese hijo porque tendrá que casarse.

El comienzo del calvario

Dicen que la gente no cambia y así lo vivió en carne propia Tonina, ese pololo que la dejó en la puerta del hospital volvía para casarse y formar una familia. Ante la presión de sus padres no le quedó más que aceptar, era eso o que sus padres lo inscribieran como su hijo y con posterioridad sabría que ella era su madre.

En un gran matrimonio comenzó su calvario y con ocho meses de embarazo. “No importaba que su hija se casara embarazada, pero lo hacía con el padre del hijo que estaba esperando”. Le quedaba el quinto año, así que una vez casados vivieron en la casa de sus padres, su madre le cuidaba al pequeño para que ella terminara de estudiar, pero ella a su llegada debía lavar los pañales del niño, preocuparse de su marido y estudiar.

Así estuvieron por un año hasta que su marido decide que deben irse por diferencias con su madre. Y es en este nuevo hogar que comienzan los primeros episodios de violencia física, no sólo con ella sino también con su pequeño hijo. De ahí en adelante los capítulos son cada vez más largos, habiendo algunos en los que intervinieron terceros como la vez en que debió llegar un capitán y quitarle el arma porque estaba muy violento.

En esos 32 años, las promesas de cambio son incontables, al igual que el dolor de que sus hijos hayan estado de su parte luego de él, después de haber vivido un cáncer en el endometrio. “Me ha costado harto, pero ya no luché y me dejé, si ellos quieren buscarme algún día me van a encontrar con los brazos abiertos, pero ya no los busco más”.

Sanando las marcas del dolor

Después de años de idas y vueltas con el dolor, Tonina tiene la fuerza para tomar las riendas de su vida. Primero se va con sus hijos de la casa que compartía con su marido, pero como no la dejaron trabajar a menos que ganara más que él, esa ida no prosperó. También había sido la primera vez que ella denunciaba la violencia que vivió por años. La última vez fue diferente, salió sola y lo hizo para nunca más volver. 

Con el cáncer a cuestas y la dependencia económica, pasó hambre y frío, pero tuvo la tranquilidad de que a sus hijos no les faltaba nada. En 2006, con algunas dudas y viviendo con sus padres en el sector de Las Rojas, llegó a Liwén, que era el centro de atención a mujeres que mantenía Sernam en La Serena. En esa ocasión buscaba asesoría legal y la obtuvo, la segunda vez ya llegó más informada y de ahí en adelante fue imparable este deseo de conocer el mundo, de contar su experiencia, de perfeccionarse, de apoyar a otras mujeres que como ella ingresaron en la vorágine de la violencia. Por ello, fue a todas las capacitaciones, charlas y talleres que se dictaron en relación a perspectiva de género, violencia intrafamiliar y otros.

De hecho, fue una de las primeras monitoras certificadas. Y es en base a esta experiencia que el 12 de octubre de 2007 junto a unas compañeras de Liwén constituyen el Centro de Ayuda para la Mujer Suyai, que tuvo y tiene una fuerte presencia en la prevención y recuperación de las mujeres de la región, aunque en forma especial de Las Compañías, donde se conformaron.
Hoy con grandes sueños como que Suyai tenga su propio centro físico y con el terreno disponible, lucha para que las mujeres conozcan sus derechos, siempre con la premisa de que la unión hace la fuerza. “Yo lucho porque si no pude hacer que mis hijos tuvieran esa visión de que no es necesaria la violencia en una pareja, tiene que haber otros niños que la tengan, y otros que conozcan sus derechos. No porque te casaste eres propiedad de, una es su compañera, su partner”.

Tonina en su labor como monitora debe ser fuerte para escuchar las historias de violencia y dolor que muchas mujeres viven, pero conversando con nosotros se quiebra, son muchas las marcas de dolor en el cuerpo de esta mujer, tanto de su niñez como su adultez.

Hoy, ella mira la vida con esperanza, conoció el amor y puede ayudar a las mujeres que, como ella, les ha costado tener la fortaleza para cortar las cadenas del dolor. “Una va con otra visión de pareja, que esta es de igualdad, yo quiero un compañero a mi lado, no un dueño”.

Esta mariposa, finalmente, ya tiene alas para volar.